Real Madrid, 2; Real Sociedad, 1. Asoma un Madrid pitagórico
Empezó marcando la Real. Muy pronto, un pase buenísimo de Kubo a Barrenetxea. Una intención fina, malísima, que se le vio en la cara al ir a darlo. Ya no era el simpático niño japonés, era una cara de karateca cabrón muy importante. Kubo fue de lo mejor de la primera parte. Es rápido, técnico hasta el malabarismo y de alto CI. ¿Y si Japón fuera el nuevo Brasil? ¿Y si aquella serie de Campeones (Óliver y Benji), que importaba a Japón el fútbol brasileño, resultara visionaria? Lo tienen todo: pies pequeños (son todos Bebeto), centro de gravedad bajo y una inteligencia para entrar en Harvard. Velocidad, resistencia. Pero sobre todo, una habilidad en el cortísimo plazo que ya no saldría de la favela o la playa sino de la hiperurbanismo japonés y la práctica repetidísima. De la alta densidad, de la imitación ikuji. Del pequeñísimo espacio. ¿No es natural que el japonés domine lo muy pequeño? ¿No lleva haciéndolo décadas y décadas en Tokio? Su dominio del ping-pong llevado al fútbol, esa miniaturización agresiva ¿no habría de producir extremos colosales?
Se sintió eso con Kubo, o se presintió. Y en el Madrid, desde el principio, una extrañeza. Confieso al querido lector (amigo o muy amigo ya, si sigue en este blog) que me está costando ver a este Madrid, acostumbrarme. Es como si cambiara su morfología, sus proporciones, sus tamaños. Se me hace raro.
Tardó en carburar, lo primero era Kroos buscando a Joselu, que suena raro incluso escrito, y el despertar fue Carvajal, un arranque suyo lleno de rabia y energía. Centró a Joselu, que remató al palo. Carvajal contagiaba y daba a la vez sensación de enrabietamiento (comprensible) y renovación física. ¿Será lo del gluten para él lo que fue el cambio de dieta para Benzema?
Es un Madrid de laterales. Fran García ya ayudaba por su banda. Colaboraba con mérito en la conducción. Subía con aplicación. No era mucho, pero se responsabilizaba. Sufría, eso sí, con Kubo. También Kroos. Kubo los arrastraba por su banda, pero especialmente a Fran García, que revelaba su fragilidad defensiva instintiva. En los amagues de Kubo temblaba, entraba a ellos demasiado, como si se le disparasen los reflejos, con una especie de ingenuidad fisiológica. Con algo que parece un miedo instintivo: amaga el extremo y el defensa se estremece, no tiene el cuajo de quedarse quieto. El defensa ha de ser impávido, de modo que puede haber esperanza en la mejora, si con tiempo y experiencias pierde el miedo.
A Bellingham se le buscaba mucho para hacer la pared. Iba centralizando el juego en él, y con los minutos el Madrid fue revelando su ideal de fútbol: balones de los laterales a Joselu para que los baje a los llegadores, Bellingham y Valverde. Esto se atisbaba, se percibía como mecanismo. Sin Vinicius, de todos modos, el Madrid pareció falto de su espíritu en la primera parte.
Fran García y el Sistema Central
Al volver del descanso hubo gol inmediato, lo que despejó dudas y ansiedades. Llegó como se venía intuyendo. Fue una internada o más bien 'externada' de Fran García y su centro lo remató Valverde llegando al borde del área; un remate violento y sutil, cerril y colocado, volcado su cuerpo en el golpeo pero girado su pie para el interior: sopapo y caricia el gol. Pero su celebración fue inequívoca: corriente de energía, borbotón, ira personal, desembocadura de rabia...
El gol demostró que el Madrid llega de sopetón, apareciendo, invadiendo el área desde atrás, con un sentido de bloque.
El rombo del Madrid iba cambiando y, a ratos, se veía con dos y dos, repartiendo claramente las funciones: un doble pivote (Tchouaméni y Kroos) y delante los llegadores mencionados, no box to box, sino algo posterior, como si juntara a Lampard y Gerrard a la vez, pero modernizados por generación.
Ahí tiene el Madrid mucho potencial y parte de su intríngulis y por eso llega de improviso y con cierto aire de brutalidad, con algo de tosquedad.
Luego el Madrid se colocaba en una línea de cuatro defensiva, y Bellingham hacía de 'compi' robador de Tchouameni.
Este Madrid es una cordillera. El Madrid tiene un Sistema Central, que es su mediocampo: Gredos, Somosierra, Guadarrama y Malagón.
Parecía un poco contemplativo el Madrid tras el gol, pero quizás solo fuera esta nueva forma de ser, estar y moverse. Al poco, Fran García volvió a coger su motillo, una de esas carreras placenteras porque el centro se siente en las papilas, y mientras se sentía, Bellingham lo medía, pedía, anticipaba. Fran García corría, su zurda se iba a armar con la misma velocidad con la que él cae al amago ajeno, y Bellingham entraba, irrumpía a su modo sorprendentemente tranquilo en el primer palo; el balón, sin embargo, le llegó a Joselu, que remató cranealmente. Hay que repetirlo: se puede hinchar este año. Esperando a Mbappé el Madrid ha acabado teniendo un nueve con cara de amigo nuestro, torero o guardia civil, algo que ya pensamos que no pasaría más.
La jugada tenía una plasticidad muy madridista, ochentera, preciosa. Es un Madrid alicorto de laterales españoles, con una explosividad de bajitos.
Esos dos laterales se vienen muy arriba (son lo temperamental y castizo) y dibujan casi una línea con Joselu, como si formaran su propia barra del futbolín. Así, el Madrid es el Sistema Central, la línea Carvajal-Joselu-García y Vinicius de verso suelto, de verso, eso sí, caudaloso, whitmaniano, verso al que debe conservar Ancelotti todo su lugar. De hecho, Vinicius justifica la asimetría del esquema y a ella se adaptó Rodrygo. Fue el autor de los detalles técnicos del partido, el productor de canela, pero sí se le notó impar, raro, entre, ya decimos, el Sistema Central o cordillera de medios y la línea española de los laterales y el nueve. El brasileño quedará, inevitablemente, como hablante único de un lenguaje distinto.
Tras el 2-1, Ancelotti hizo dos cambios y se produjo algo fundamental. Entró Modric, se fue Joselu, y el Madrid quedó con cuatro medios más Bellingham y Rodrygo. Cinco medios que tomaban formas diversas y ocupaban el campo por completo.
Era digno de verse. Tchouaméni de pivote, y delante, dos interiores, y delante de ellos, otros dos: ¿dos mediapuntas? No es tan fácil decirlo. Bellingham juega a la vez de pivote, de interior y de mediapunta, pero siempre verticalmente, siempre pensando en evacuar un pase bueno hacia delante, sin florituras rotatorias o regurgitadoras. Es una verticalidad puramente inglesa pero no típicamente inglesa. Está desarrollada: es fiel a ella en todo, pero se manifiesta a ras con latencias, inteligencias, toques, combinaciones. Bellingham es espiritual y culturalmente inglés, pero tan desarrollado que con él ya no se pierde nada en la traducción. No requiere, como otros ingleses en España, un 'adaptador' futbolístico. No es un raro, un cuerpo extraño. Su anglicismo se expresa en formas continentales.
El pentágono y el sentido del Madrid
Pero estábamos hablando del mediocampo. Es un pivote, dos interiores a sus lados, y extendidos, a partir de ellos, otros dos, Modric y Bellingham ese rato. El efecto general era que el Madrid tenía un pentágono: un 4-5-1, como un diamante en el centro del campo.
Ancelotti tiene la posibilidad de economizar a Modric, un lujo, y también de organizar centros del campo de cinco jugadores. Eso mató el partido, ya no hubo más salvo disfrutar la nueva geometría del Madrid: el pentágono, un Madrid pitagórico, porque esa forma, que dominaba por completo el campo, tiene dentro todas las proporciones, todas las combinaciones. En el pentágono hay infinitos pentágonos, por eso ahí la circulación de la pelota podría ser eterna. Frente a ese pentágono, que es mucho más que el 3+1 (Valverde) del último gran Madrid, qué poca cosa es un rondo, una triangulación, ¡qué miseria es el rondo negreiro!
Ancelotti puede superar el rombo e ir al pentágono, dando sentido al sinsentido de Mbappé: cinco centrocampistas totales: Tchouameni, Modric, Kroos, Valverde y Bellingham, juntos, construyendo un pentágono, una figura de cinco puntas que contiene la armonía pitagórica perfecta, la divina proporción, el número áureo (por eso el Madrid lleva un ribete de oro en la camiseta).
El pentágono, posibilidad del Madrid en muchos partidos, puede cambiar el fútbol introduciendo la geometría de las geometrías: las cinco puntas y dentro, todo, la infinita circulación, la fractal repetición de pentágonos (riesgo de narcisismo) y las bellas proporciones, el secreto divino del arte y la matemática. ¡Madrid casi místico, con centros a lo fibonacci, que Ancelotti puede formar!
Para Europa y partidos serios fuera de casa, sería perfecto ese pentágono ultramatemático; y saliendo de él, divinizado totalmente, más libre que nunca, embellecido por el contraste quieto de la eternidad pentagónica, Vinicius.
(Para casa, por supuesto: rombo o sistema central, Vini y la línea española o Terna toreril del centro-remate: Carvajal-Fran-Joselu)
Esto tiene tanto sentido, repito, que compensa el sinsentido de Mbappé y el caos económico institucional del fútbol mundial. El Madrid se sujetaría a la geometría más perfecta, al orden más divino de sus centrocampistas, y a su salud financiera de vaca suiza maravillosa.