Al Madrid le han apalizado este año el Milan, el Arsenal y varias veces el Barcelona, ya hemos perdido la cuenta de cuántas. Tocaba esta vez una nueva modalidad: la paliza exprés, en un ratito cuatro goles. Un blitz sobre Lucas Vázquez. Aunque culpar a Lucas Vázquez ya lo hemos hecho y culpar a Ancelotti ya lo hemos hecho. Son cumplidores, simpaticones, tíos de club muy legendarios al dictado de lo que diga el Ser Superior, tan superior que ha conseguido un Madrid centauro: de cintura para arriba es Sidney Sweeney, de cintura para abajo es un borrico pardo y en conjunto, no nos refugiemos más en arbitrajes, un equipo insoportable, malo, insolvente, indigno de confianza y de perder el tiempo.
¿Por dónde empezar?
El Madrid salió al campo con Lucas Vázquez que ya es mucho delito, pero además de capitán y, por mor de una campaña propagandística del imperio, con brazalete de la unión Europea. Era el Eurolucas, imagen que quedará para el horror.
Era casi seguro que el Barça metería varios goles pero justo antes de empezar no estaba tan claro. Haberlo perdido todo daba una sensación de relajación que, quizás, mejoraría el fútbol de los "chicos".
El Barça de Flick, uno por uno, no asusta: Ferran, De Jong, Eric... Tenía dos medios puros. El Madrid otros dos, con Bellingham y la ayuda de Güler, que en la primera jugada se fue al centro para no volver, como si se lo hubiera levado un huracán.
Porque el Barça es un huracán, aunque su entrenador, fofisano para despistar, lo disimule. Es el gegenpresssing con el gegendesaliño.
Contra el Madrid, todos los equipos son durante un rato el Milan de Sacchi, pero esto es otro nivel. Las palizas que le ha dado el Barça al Madrid este año quedan para la historia. Han conseguido acabar con la moral de las 15 Champions. Cada Clásico es entrar en la mazmorra un rato para ser vejados.
Y eso que empezó muy bien. Dos goles seguidos de Mbappé, rapidísimo y peligrosísimo arriba, todos los sísimos posibles. ¡El que no valía! Se ve lo que es el madridismo cuando se repasa lo que decían de este chico. La temporada acaba con retranca suprema porque, al final, lo mejor del Madrid es él y bien pudiera decir aquello de Vieri: "¿Meto tres goles y perdemos? Yo me voy" (lo de Vieri fue peor porque marcó cuatro).
Sería el colmo del florentinismo: que el galáctico se te vaya porque no hay defensa.
Un gol fue de penalti tras error de Franz Cubarsí, y otro de jugada muy rápida con pase exterior de Vinicius. El Madrid había intentado juntarse bien y, por fin, por fin, ya "veía" a Mbappé, ya lo había integrado.
Pero fue marcar esos dos goles y acabarse el Madrid, que poco ya salió de su campo. Volvió a la Carlettocueva.
El Barcelona empezó a percutir, que no sé cómo puede sonar el catalán y la RAC1; chutes sucesivos que paraba Courtois, al que Lamine Yamal ha envejecido, ha ido encargándole el viejazo.
Y en el 17 hubo una cagadita de Lucas, la cagadita inaugura, una dejada de esas suyas que dio lugar a un córner que acabó en gol de Eric García.
Lucas Vázquez, el Eurolucas, Don Julián de la defensa que le abría la puerta al Barcelona y comenzaba así un recital para la historia.
Con Lucas es que vives en un ¡ay! Con un 0-2 había más miedo que con 0-0, el Madrid transmite una inseguridad ciudadana, callejera, de Barrio Gótico.
La sensación es como una menstruante nadando entre tiburones... y ese hilillo rojo era Lucas Vázquez.
La defensa del Madrid se abre como debería abrirse solo el hipogeo.
Además la presión del Barcelona era tremenda. Eran tábanos, un enjambre de tábanos saliendo de un kebab que el soltero Flick se hubiera dejado en la cocina tras pasarse por la quilla a alguna modelo eslava (aunque no putinista). Era apabullante y toda esa presión recaía sobre una defensa de dibujos animados, los auténticos Toons de Flo, los Cagácticos de una defensa para esa Historia B del Madrid que ha nutrido también nuestro Ser Superior, como si no le valiera con hacer historia grande y quisiera los Razzies, los Oscar y los Razzies del fútbol.
En el 24 Güler pareció ver a Mbappe, lanzarle un pase que fue interceptado. Ahí acabó todo. Comenzó una ciclogénesis culé o DANA o tsunami, que así se recuerdan esos minutos, borrosos, como una paliza etílica.
Toda la presión culé se espiralizaba sobre Lucas Vázquez, como si eso pudiera producir una rotura de la realidad, del eje espacio-temporal. LO que antes manejaba Xavi con su fúpbol ahora lo consiguen concentrando un remolino de presión culé sobre Lucas Vázquez. Ahí hace crac el espacio-tiempo.
Poco tardó en llegar el 2-2, Lamine con su habitual zurdazo angulado y lleno de flow. Había una mano previa de De Jong pero, sinceramente, qué más daba ya... Era un golazo y se veía "de venir".
Como en Yo Hice a Roque III, las hostias llovían boxísticas sobre el Flan de Carletto y la peor defensa de la historia del Madrid: el 2-3 era de Raphinha tras otro horror luquense.
El Barça aprovechaba cada pérdida del Madrid con una mecanización admirable. La presión tras pérdida exige un arduo trabajo pero cuando es presión tras regalo el efecto es mayor, se acelera, parecen coincidir dos mundos opuestos, dos épocas distintas. En un año, el Barça se ha ido al futuro, el Madrid al pasado.
Hubo una sucesión de sustos, de vértigos, de sopapos que pudieron ser más goles, y un penalti anulado a Mbappé, que se pierde anecdótico en el vendaval; y antes del descanso llego el 2-4, un pasecito lánguido de Lucas para Asencio, que no lo "recepcionó". Culparemos todos a Lucas, porque está amortizado, pero Asencio colaboró, como colabora en todos los partidos importantes, al horror. Raphinha volvió a marcar. Quién nos iba a decir que este jugador sería otro Stoichkov...
Es fácil personalizar, pero el colapso fue total. Un colapso que, es verdad, comenzó como miedo, el miedo que generaba la debilidad defensiva, pero que luego mutó en general impotencia; un balón largo sirve para desbaratar al Madrid, que no tuvo la pelota, que no supo quitarse de encima la presión, que no supo salir de su cueva de infútbol.
Los instantes finales de la primera parte añadieron a la humillación, perdido ya el miedo por el bochorno, el miedo distinto de ver postrado a Valverde. ¿Otra rodilla rota? Siguió cojeando y ya nos temíamos todos lo peor... Tampoco le hubiéramos reprochado que fuera él mismo quitándose de en medio.
Mbappé aun marcó otro gol, anulado por offside. ¿Cuántos goles tiene su limbo este año?
Desde el 0-2, el Madrid había sido vandalizado. No recordábamos algo igual. Sí, aquellas palizas legendarias de los alemanes con la nieve. Cuando Europa era Europa y no la Europa en el bracete de Lucas.
Ni el 0-5 de Sacchi. Antes una paliza generaba un cataclismo de reacciones gerenciales no empresariales, puramente futbolísticas. Ahora El Modelo es como Hal 900 en Odisea del Espacio. Va solo. Lo que pasa es que su voz suena aflautada, un poco nasal y algo achulapada. Y a veces ni siquiera habla. Al Madrid le gobierna un algoritmo, un chochoritmo y nada importa. Ningún resultadismo puede frenar sus planes, quizás pronto una Súper Liga Cósmica con los mejores clasificados de los cinco últimos Mundialitos.
Ancelotti se dejó de pruebas y volvió a lo suyo: Brahim y Modric, y lo cierto es que le respondieron. Valverde siguió galopando un poco cojitranco. Si no se lesiona, la ciencia tendrá que estudiarlo.
Al poco de empezar, Vini se quedó solo pero hizo un control de hasta aquí Vinicius, no cabe otra expresión.
Fallos de Vini, devuelto casi al preancelottismo y humillado por un caño de Eric García, macarrismos cansinos de Asencio, en quien al menos dolía la impotencia y un gol anulado al Barça. En ese momento, se firmaba otro 6-2. Bellingham comenzaba su tramo agonístico, siempre cayendo, sin una ubicación clara, con culés subiéndole por las extremidades. Y hubo una jugada curiosa. Entró Balde y salió corriendo desde su posición de lateral, llegó a la altura del interior, encontró a Lucas como toda oposición y le superó como una flecha. En lo que él recorría la banda, Lucas su tramito, como un avión pasando a un 600.
Vinicius era Vuducius pero pudo por fin hacerle llegar un pase a Mbappé, para el 4-3. El Madrid había estado jugando mejor, con el oficio de Modric y el relajo relativo de los locales.
Vinicius dejó un mal partido y dos asistencias. Algo ha pasado y su fútbol, a cortísimo plazo, solo podría avanzar en una dirección: volver a una ética defensiva mayor y convertirse en asistente de Mbappé. Subordinarse. Bajar un peldaño. Eso hubiera sido lo mejor ahora mismo.
Los cambios dieron la razón a Ancelotti: veis, esto es lo que hay... Aunque duró lo que quiso Flick, que volvió a apretar el botón del turbo y de manera instantánea regresó la violencia futbolística, el vapuleo.
Pudo marcar el quinto el Barça tras irse Lamal de Fran García, que en el minuto 76 dio un pase tan tosco, tan malo, tan agropecuario que tuvo que haber provocado una dimisión, un cese, algo. Fran García parece sacado realmente de cuando los García.
Luego hubo una mano de Tchoauméni que se debatió largo tiempo porque estaba "en el límite de lo natural y lo no natural". Ah, vejo debate. El VAR llamó a Hernández Hernández, como aquella vez que costó una liga, y volvió a decir que no, que no era penalti, como si así borrara su pecado.
El Madrid es tan sumamente grotesco que está permitiendo al Comité Arbitral mejorar sus estadísticas.
En el estrambote, entraron Endrick, con sus minutillos de tortura psicológica. Su evolución este año ha sido solo capilar y parece que se va cortando esos pelos absurdos que llevaba. Vini volvió a pedir el cambio, lesionado, y entró Víctor Muñoz, un potente canterano que en su primer balón, solo ante la portería y la gloria, la mandó fuera.
Hubo otro gol del Madrid anulado. El fútbol era una verbena. Esto no es buen fútbol, y a quien le guste, que se lo quede. El partido pudo quedar 15-8. Un correcalle para japoneses. Y aquí además se juntaban el hambre y las ganas de comer: el Madrid de la defensa hipogea y el Barça de Flick, un Barça asombroso en el que Raphinha es Neymar con alas, Lamine está atrapado en los 17 años, Pedri es el que más corre de la Liga, Eric García se hace lateral llegador, y sale Fermín, le roba la pelota a Valverde, se va como una flecha a portería y la clava con un obús, como una Coca-Cola que hubiera estado siendo agitada diez años y se abriera de repente. Fue anulado, pero el efecto quedó. El gol no subió, pero se sintió. Dolió lo mismo.
En el palco lo celebraba todo mucho un señor rapero, creo, probablemente una palanca humana culé, y en el Madrid sufría por todo el madridismo Pirri, el pobre Pirri, el gran Pirri, el presidente de Honor, ausente el otro.
Es muy probable que en sus 561 partidos con el Madrid, reducidos, eso sí, a una triste Copa de Europa, viera muy pocas veces, sobran dedos en la mano, algo semejante.
Nos hemos tragado un sapo amargo, viscoso y vivo, mientras nuestro desequilibrado equipo caía ante el estructurado, con millones de euros de madera, equipo de los impunes. Adiós a esconder esta liga turbia en una vitrina discreta, habrá que soportar que la eleven como mérito deportivo. Conviene recordar este sabor como acicate para no insistir.