Habría gran simetría en que Ancelotti, gran asimétrico ciliar, se despidiera del Madrid ganando la Copa del Rey, el título con el que empezó su ciclo y todo lo demás. Después de tanto pasado y vivido, Ancelotti no va a hacer eso que tanto temen los entrenadores: 'traicionarse a sí mismo', así que en Barcelona, a jugarse la temporada nacional, salió con... sí, con Kroos y Modric.
Camavinga quedaba en el lateral izquierdo donde estuvo mejor que bien. Una vez, años ha, el gran Tomás Roncero comparó a Portillo con el Torpedo Muller. Yo no iré tan lejos, solo diré que viendo a Camavinga he recordado a Maldini. Me explicaré. En la forma de encarar defensivamente, de cortar los avances con una especie de perfilamiento inclinado, diagonal, Camavinga me recuerda, altanero, al mejor Maldini.
El Madrid empezó un poco al ralentí (si estuviéramos en el lado feliz del oficialismo diríamos que sale siempre de la lenta hibernación de su grandeza). Durante media hora no hubo gran cosa aparente, pero sí detallitos. Por ejemplo, el Barcelona se reducía demasiado esquemáticamente a los balones largos a Balde y Raphinha (secado, nuevas albricias, por Camavinga) y aunque el Barça parecía más activo, inquieto y enérgico, el peligro real, el peligro hitchcockiano se intuía en un par de llegadas de Rodrygo.
En él se percibía el hilo más fino, el suspense más auténtico, aunque el gran ruido se lo llevaba la trifulca entre Vinicius y Gavi, las 'intensidades' del campeonato, es decir, lo político.
Vinicius era el gran silbado. La potencia sonora del Camp NOu, que ha sido mucha aunque esté de capa caída, se concentró en él y cayó como un vórtice físico, como un gran chaparrón metálico sobre el jugador. Se vio ahí, medida por decibelios, su importancia en el Madrid: a la altura de Cristiano y Raúl. Podemos medir así 'científicamente', sin forofismos, su peso en el juego, en el equipo y en el, digamos, espíritu del club, que algunos jugadores, aun a pesar del propio club, personifican.
En el 35 hubo un largo parón en el juego, esas lagunas como baloncestísticas que ahora hay en el fútbol y que parecen estar pidiendo a gritos que aparezcan Piqué y sus influencers a montar un show parafutbolístico. Pero ese parón parecía también una concesión al ramadán... ¿cómo estaría pasándolo Benzema?
El Madrid había estado seguro, algo paquidérmico, como lento en el despertar, pero en el aficionado había una seguridad más allá del fútbol visto: si el Barcelona no aguanta el nivel Champions y el Madrid vive ahí mejor que nadie, ¿qué pasaría si se dignara a hacer, simplemente, un partido algo europeo, vagamente europeo? Se vio pronto. En el 46, justo antes del descanso, Courtois le sacó un gol a Lewandowski, en jugada de mucho mérito trabajada desde la banda por el delantero. La continuación fue un contragolpe que arrancó Rodrygo y desarrolló Vinicius; se apoyó después en Benzema y marcó colocando mucho la pelota, con mucho tiempo, casi demasiado, para pensar.
Al poco de volver de la segunda parte, otro gol el Madrid. Modric arrancó de la derecha y se fue a la mediapunta devastando dibujos, pizarras, geometrías, rompiendo bastante el corazón de Xavi; buscó a Benzema y este marcó con la ayuda de Rodrygo, que aclaró el espacio y se llevó, como en un quite, a un defensa con desmarque perfecto y auxiliar, un desmarque a lo Benzema para Benzema.
Pero es que al Madrid, a Ancelotti, sobre todo, le están llegando dos maduraciones que exigen ya el cambio táctico. Una es Camavinga y la otra es Rodrygo, la posibilidad erótica de ver a Rodrygo tras Benzema, siendo, repito, Benzema para Benzema, Benzema antes de Benzema, Benzema donde Benzema y una especie, también, de Butragueño. Yo, generación X para todo, veo a Maldini en Camavinga-lateral y veo a Butragueño en Rodrygo, al primer Butragueño que nacía fuera del área y se posaba en ella.
Rodrygo había sido el tercer implicado, el presunto, en los dos goles, y estuvo cerca de marcar el cuarto.
En el minuto 60, hubo un control de Modric que se sintió como algo más que un gesto técnico. En ese control se sintió un ¡oh! culé sofocado. Se escuchó. Lo notamos. Hubo un ooooh admirativo que los culés empezaron a emitir pero abortaron y quedó como una especie de gemido doloroso, como un retortijón, como un gruñido, como un dolorcito. Es que fue, en pleno festival y vuelco de eliminatoria, vuelco de cocido madrileño, un control tan colosal y limpio que resumía la situación de los dos clubes. El control de Modric dejó al barcelonismo en su lugar de décadas atrás. Fue como un capón generacional, pero silencioso, irreprochable. No sonó y fue casi peor. Eso no podía pitarse, tampoco podían aplaudirlo, pero fue un gesto en sí mismo 'desfanatizador', un desvelador de realidades psicodeportivas. Alguien dejó el fútbol tras ese control o sintió abrirse, como un cofre cegador de gemas refulgentes, el eros homoerótico del rival. La otredad sin ira ya.
El Madrid estaba convirtiendo una Copa del Rey en una noche europea y Ancelotti se vengaba de todas las de Xavi. Le daba una toba en la oreja. Se vengaba tanto que hasta colocaba a Modric muy arriba, como en aquella excentricidad del Madrid-Barça liguero que le costó una goleada el curso pasado.
La superioridad del Madrid estaba siendo revelada, tras meses de competición absurda, como el gran secreto que todos conocían. Y se veía claramente que Negreira era necesario. En esos minutos se sintió que los informes de Negreira eran, no solo necesarios, sino la mejor decisión técnica posible.
El Camp Nou cantaba el himno, colchonerizado, señal de que la derrota ya se había aceptado. Llegaban las ocasiones del Madrid y, sabio público, más sabio que cualquier entrenador, después el cuarto presentido: una contra de Vinicius para Benzema, con acción defensiva cómica de Eric García. Vinicius asistía, y lo hacía de una manera novedosa. Todos vieron que el pase mejor era para el desmarque de Asensio, pero él se mantuvo temerario un instante más en su conducción y buscó terco, terco, terco y regateador de todos, regateador siempre de todo el mundo, a Benzema, que se quedó solo al neutralizarse Eric García a sí mismo, en un gesto de blandura nueva, una blandura (antimaterial) que no podíamos llegar a imaginar ni siquiera en él.
Vinicius cada vez piensa más en el área. Empezó pensando demasiado, luego, con Ancelotti, pasó a pensar poco, y ahora está convirtiéndose en un cavilador del área, en alguien que reflexiona ahí. Esto añade un Vinicius nuevo que sumar al gran Moisés de los contragolpes, el jugador-río, contragolpeador torrencial y autoritario que parece que abandera una tribu de campo a campo.
Empezaron a caer algunos objetos en el campo. Ya no eran los objetos de cuando Figo. Era una lluvia melancólica, un chirimiri de moneditas, algo casi resignado.
El Madrid estaba allí parado ocupando el campo, enorme y total, pacífico, invasivo y comercial, como un gran trasatlántico del que salían contragolpes como guiris uno detrás de otro...
Me ha encantado la crónica, refleja bien lo que se vio. Has destacado el partido de Rodrygo, que me parece un jugador extraordinario, que debía ser titular (ya que en otros partidos contra el Barça o no jugó o no lo fue, con los resultados sabidos). A mi la alineación me pareció buena decisión, era inédita y salió bien.
Extraordinaria crónica como siempre, lo del chirimiri de moneditas comparado con la tormenta whyskera-cochinera de Figo me parece una genialidad absoluta, gracias por alegrarnos la mañana post partido, salute